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3.5.09

La calle en donde vivo

En una ocación el maestro Oscar Hernandez nos dejó de tarea describir nuestra calle en una cuartilla, no sabía que poner... En ese tiempo vivia en la colonia Independencia en Mexicali. Después de meditar un poco en mi colonia, me di cuenta que vivía en un lugar muy interesante, típico, con matices de humanidad, unidad y hasta gracia. .


En la siguiente clase cuando me tocó el turno, pude leer mi tarea titulada: La calle en donde vivo



La calle en donde vivo



Las llantas del andador gris de aluminio ruedan cansadas sobre el pavimento. La linda anciana de cabello cano lo empuja a su paso lento en su recorrido diario de tarde. Camino cerca de ella, me dirijo a mi casa. Al verme sonríe, responde a mi saludo con su mirada coqueta… definitivamente esta enamorada de mí.

Vivo en una calle común, en donde los perros ladran y los niños juegan. Pese a que tengo poco tiempo en esta zona, creo que he llegado a conocer bien a mis vecinos… y como no hacerlo, cuando con la única persona con quien platico; mi vecina, se encarga de contarme hasta los condimentos que uso doña María en la sopa en su respuesta a mis buenos días.


La vecina de la esquina gusta de preparar fiestas en su casa e invitar a todas las “muchachas”… reunión de reumas, achaques y dolencias… Pero claro, en ese momento todo se les quita, platican, ríen y aún discuten por quien de ellas atrapará galán, uno que de perdida tenga veinte… de perdida veinte días de vida.


El señor de la bicicleta se detenía en la casa amarilla para platicar con la viuda que vivía sola… entonces apareció un galán mas, un americano que portaba una camioneta cuatro por cuatro. Las vecinas se comenzaron a sentir celosas, ¡cómo era posible que una viuda tuviera tantos pretendientes y ellas no! Pero el amor es el amor… no se sabe cuando llegará. No respeta edades, colores, volúmenes corporales, ni vecinas… hasta que sucedió lo que debía suceder… se corrió el rumor que la señora se casaría… y con el de la bicicleta. Me divertía imaginándola llegando a la iglesia arriba de los cuernos de la bici… Me dio gusto saber que una persona de su edad pudiera ilusionarse con una boda, con casarse de nuevo de blanco bajo sus convicciones religiosas. Quise ser positivo y pensar que quizás me tocaría probar ese pastel…


Llegó el día… iba llegando a mi casa cuando de repente me detiene la vecina y me pide por favor que la lleve en su carro a peinar, estaba tan nerviosa que no podía manejar. Toda su familia llegaría mas tarde y no tenía mas ayuda… Di tantas vueltas de la casa de la estilista a su casa... terminé llevándole el vestido, zapatos, tocado y todo… acomodé mesas, organicé el sonido, recibí el pastel, acomodé unas lámparas, limpié una sillas, fui por el hielo, y hasta terminé de picar algo de verdura para la salsa en su casa. La fiesta fue en la calle, todos aparecieron cuando inició el sonido; las vecinas que no se hablaban, doña Maria, la vecina de la esquina, y hasta mi coqueta ancianita del caminador gris. Esa noche la calle fue especial, se convirtió en el lugar donde bailaron, comieron y se divirtieron. Cosas que suceden en una calle común, en una calle de entre tantas calles de una colonia, en un ciudad de entre tantas ciudades, en un país de entre tantos países de este planeta.


PD: Si me tocó pastel.


Martín Rodríguez






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