Los cuentos de mi abuelo...

Mi historia...

Al apagar la luz, los tres nietos estábamos listos para escuchar un cuento, mi abuelo preparaba su garganta, no importaba si cabíamos bien en la cama o no, lo importante era estar ahí, que le importa a un niño de cinco años estar apretado, mientras estuviera cerca del abuelo todo estaba bien. Recostaba mi cabeza sobre la almohada ya estaba oscuro, pero podía cerrar los ojos, permitía imaginar mejor, y entonces mi abuelo comenzaba a contar uno de sus mágicos cuentos.

No se de donde los sacaba, pero eran sorprendentes, me permitían ver a Genoveva de Brabantes corriendo por el bosque con un largo vestido de encajes huyendo lejos del castillo, a Pulgarcito enseñando el dedo menique por el agujero de la puerta para demostrarle al gigante que aún estaba muy flaco y no debía comérselo, a los cuatro perros valientes, “Rompe cadenas

, Corre veloz, Traga Balas y a Oido agudo” (que hasta la fecha no se porque a uno siempre lo imaginaba azul), a la gallina de los huevos de oro que vivía arriba de una gran palmera, al gran Barba Azul, y tantos personajes más.

No me cansaba de escucharlos, era mejor que ver una película, a todos los primos nos encantaba escuchar cuentos.

Recuerdo que también mi abuela tenía un disco rojo de acetato, siempre que llegábamos le pedíamos que nos lo pusiera. Y era cuando nos sentábamos en el sillón y estábamos tranquilos para escuchar el cuento… “Hansel y Gretel”, no se cuantas veces lo escuché, pero podía imaginarme a la bruja en su casita de dulces y chocolates abriéndole la puerta a los dos niños cansados y con hambre. Me daba miedo esa bruja, pero afortunadamente recibía su castigo merecido. Esos eran buenos cuentos, en un tiempo en que no habían caricaturas como ahora, cuando uno podía ech

ar su mente a volar y fabricar los más fantásticos escenarios, gestos, personajes, y los grandes finales felices.

Tal vez eso fue lo que me atrajo a la literatura infantil, y tal vez de todo esto surja el gusto por contar historias, por escribir cuentos, ahora entiendo y disfruto lo que es contar una historia y ver las reacciones, me gusta ver la expresión de un niño cuando te mira embobado y su mente se encuentra en el espacio mientras te retroalimenta con sus gestos.

En algún momento tuve oportunidad de impartir cuenta cuentos para niños de preescolar, fue algo divertido, me gustaría poder involucrarme más en esto, ahora quizás en Lengua de señas con niños sordos, es una de mis metas. En este momento lo veo difícil, pero no pierdo la esperanza.

Creo que este es un arte que te enriquece, te hace pensar

en los demás, en conocerlos para saber qué es lo que les puede cautivar, creo muchos podrían hacerlo, pero para esto es necesario alejarse de todo lo que distrae. Cuando quiero escribir, solo pongo algo de música de fondo, de acuerdo al estado de ánimo de lo que quiero que sea el resultado, por supuesto la televisión debe estar apagada. Prefiero escribir en la computadora, aunque a veces la técnica de irte a un parque, al malecón por la tarde o la playa con tu libreta en mano también funciona. Me gusta echar a volar la imaginación y crear mundos diferentes. Es la única libertad que no tiene rejas, límites, ni tiempos. Realmente soy un aficionado en este tema, admiro a quienes realizan bien este trabajo, como a mi abuelo, por la pasiencia que nos tenía y su habilidad para narrar historias, a fin de cuentas son una muestra viviente de que nuestro cerebro humano fue creado de forma maravillosa.

Martín Rodríguez.

Las fotografías siguientes son parte de un evento en donde participamos de Meyibo con un Cuenta Cuentos para niños de preescolar. Me encargaba de narrar cuentos mientras tres amigos: Victor, Lourdes y Alma, se encargaban de manejar figuras de fomi para hacer mágica la historia.